Guía para la puesta de límites no violentos en el ámbito familiar, dirigida a madres, padres y adultos al cuidado de niños, niñas y adolescentes.

Guía para la puesta de límites no violentos en el ámbito familiar, dirigida a madres, padres y adultos al cuidado de niños, niñas y adolescentes.

Criar hijos e hijas da mucho trabajo. Educarlos para que se autocontrolen y comporten adecuadamente es una parte importante de la crianza en todas las culturas. Las madres, los padres y cuidadores guiamos a niños, niñas y adolescentes para que aprendan a distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, y sepan cómo manejar sus emociones y conflictos, de manera de favorecer la responsabilidad y el respeto de las normas sociales y culturales.

Al poner límites buscamos fundamentalmente que niños, niñas y adolescentes dejen de hacer o aprendan a hacer algo. Nos esforzamos por educarlos, porque queremos lo mejor para ellos. 

La hora de dormir, la hora del baño, las comidas, las tareas escolares y liceales, las salidas u otras actividades son las que suelen aumentar la tensión  cuando  ocurren  de  una forma  distinta  a  la  que  esperamos madres,  padres y cuidadores. A pesar de  las  buenas  intenciones,  esta tensión puede ir en aumento y presentarse con la siguiente secuencia: hablar-convencer-discutir-gritar-golpear.

En muchos casos no es una decisión meditada, sino la consecuencia de la frustración o del enfado de los adultos. Al llegar a la última etapa de esta secuencia, el clima emocional es de desborde, todo parece ser una batalla y no se identifican alternativas para relacionarse sin violencia con los niños y niñas.

Nuestro  contexto  cultural  suele validar el  hecho  de  pegar o  insultar a los niños, niñas y adolescentes como parte del modelo de crianza. Expresiones  como  «una  buena  paliza  a tiempo  previene  un  mal  mayor», «te pego por tu propio bien», «a mí me lo hicieron de chico y crecí bien» o «la letra con sangre entra» señalan la naturalización del maltrato y las humillaciones como forma de relacionarse, al tiempo que desconocen las consecuencias físicas, psicológicas y sociales de la violencia en la vida de las personas. De esta manera, la violencia se normaliza y se coloca en un lugar invisible.